Nos vemos con 30...

Que difícil se vuelve imaginar la vida de adulto cuando aún eres esa niña que corre de un lado para el otro por las calles de un pueblo que parece sacado de un cuento, y que te permite recorrer caminos de piedra, cemento o pasto llenos de flores o en su defecto más perfecto de berzas y repollo, da igual, todos te parecen maravillosos. Que difícil es pensar que algún día, esas bicicletas que usas a toda velocidad para alcanzar a la bromista banda de los niños malotes, aquellos que se llevaron las tejas y pintura para la próxima cabaña del verano; puedan volverse quizás una parte esencial a futuro para transformarse en el medio de transporte que los lleve al colegio, trabajo o en su vida cotidiana de un lado a otro, que ya no sea una una simple diversión...

Que fuerte es ver las lozas y los piedrouros del camino con los que teníamos la ilusión de intercambiar a dulces o bocadillos de nocilla simulando ser millonarios y tener un arsenal de euros, ahora... ahora sólo son piedras que estorban al querer pasar con el coche, pasar a la fuente en tu momento mágico de running mañanero o sencillamente al bajar con los tacones más imponentes a misa el día del San Roque. ¡Ay esa fuente! La fuente que tanto bueno dió y sigue dando, hace años era los tragos que te hidrataban al bajar desgastada del Coto o de la higuera donde conseguías la merienda para todos aquellos que habían llegado de Suiza, Madrid o los que se lanzan los fines de semana de Vigo, sin faltar por supuesto los mexicanos que poblamos todo Galicia en un plis plas. Hoy es la misma fuente a la que acudes desesperada a la mañana siguiente con una botella de dos litros porque la cruda o la resaca está haciendo efecto.


Que difícil es ver hoy esas callejuelas vacías, sin gritos que dejan a una aturdida de tanta alegría, de tanta ilusión y de tanta inocencia al pensar que esas coreografías que montabas bailando David Civera, Bisbal, Bustamante, Natalia o algo de aquellos de la disuelta Fórmula Abierta iban a llegar a ser inborrables y enmarcados en videos que salieran en algún programa como si de Operación Triunfo se tratase. Pensar que esa infancia que viví siendo una niña de 6 o 7 años en compañía de más de 20 algunos por arriba y otras por abajo de la edad, hoy no se repite con las nuevas generaciones porque el pueblo ya no es divertido para ellos, porque no hay tantos niños o porque faltan tablets y wifi con las que jugar... ¿Alguna vez se podrá dejar de sentir eso que sólo los que tenemos pueblo sabemos sentir? Eso que hacía revolotear las mariposas del estómago al dar la vuelta en la curva y ver a lo lejos aquella piedra que da la impresión de caer encima de cualquiera, esa piedra gigante que era la señal de que todo se acercaba, era Pena Corneira. Seguir por la carretera y pasar por la playa fluvial esa en la que tantos golpes y resbalones hubo al tratar de cruzar el rio por las piedras resbaladizas sumergidas en agua congelada, agua gallega, esa que aún con los más de 36º se hacía complicado asimilar. Esa playa en la que saltaste por primera vez haciendo el ahora conocido "puenting" que en ese momento era altísimo, dónde surgieron las primeras fiestas eternas que enlazaban con Barqueiro, ahí donde era un poco prohibido entrar porque era el sitio de los mayores y sin embargo hoy, es el refugio para recordar o en muchas ocasiones, que te recuerden lo que pasó anoche. En esos años 2000 cuando nosotras corríamos al pabellón a platicar, tomarnos fotos o ensayar aquellos bailes, sin dejar de lado el ver a los niños jugar futbol, un Madrid-Barça se quedaba corto al lado del Avión-Beariz, ese pabellón hoy pasa casi desapercibido cuando se vislumbra basicamente al momento de estacionar el coche para ir a jugar cartas, jarritas o pasar el tiempo entre platicas ajenas.

No se hace tan difícil sin embargo, recordar esos momentos que pasaban con tantos amigos que conociste hace tan sólo unos días y que ya se volvieron como si fueran de toda la vida, que vas a ver únicamente durante el verano y que quizás no todos los años, pero que sin duda son y serán, esos a los que recordarás y llevarás contigo, porque como cantaba Amaral "son mis amigos en la calle pasábamos las horas". Al fin de cuentas son los que saben tus mejores secretos como ese de que tiraste un balón a la finca y rompiste unas cuantas lechugas de la tía o aquel, de que usaste una bicicleta ajena para ir a preparar un par de bocadillos de chorizo y por no cambiar de marcha reventaste la cadena. Eso ya, sino hablamos del secreto mejor guardado con tu mejor amiga; el primer romance del verano.


Vuelves al momento en el que subes la recta y sabes que estás en casa, que lo piedrouros y las bicicletas te esperan, que las señoras de la capilla con sus saludos y sus "como has crecido" van a estar ahí acompañados por algún despistado "e logo ti de quen ves sendo?", también van a estar los 5 euros que te va a a dar tu tía consentida para gastar en la fiesta y que te hacían el verano como si de un cheque en blanco se tratara, Ese momento en el que pisas el lugar en el que fuiste tan pero tan inmensamente feliz y que no, ya no es igual pero que siempre te hará recordar los mejores veranos de tu vida, ese que siempre dejabas atrás con lágrimas en los ojos esperando "irte para volver" porque sí, hay veces que volver a donde fuiste feliz es bien, es paz. Que al llegar el verano ya siendo adulto esa vida tan diferente que llevas te permita ir un tiempo sin importar cuanto, es perfecto e igual de significativo y emocional, que al subir al coche el último día suspires sabiendo que llegó el momento y que hasta el próximo año volverás a ver esas calles de fábula, que hay que decir adiós y hasta el año...¡Nos vemos con 30!


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